Querer gustar a todo el mundo nos lleva al contorsionismo emocional.
Da igual lo mucho que lo desees, es imposible gustar a todo el mundo. Caerás mejor a unos, peor a otros; conectarás más con los de aquí, y menos con los de allá. Y no pasa nada. De hecho, es normal. Al final, lo único que conseguimos intentando gustar, es sentirnos menos cómodos nosotros mismos.